En el anterior volumen de A quemarropa Àlex Martín y Jordi Canal nos habían proporcionado una definición de lo que se puede considerar novela negra, analizado sus subgéneros y su desarrollo hasta los años cincuenta. En esta segunda parte, los autores retoman el recorrido. Así sitúan en los años setenta el inicio de la novela negra y contemporánea. En esta década confluyen tanto la desaparición de referentes literarios (últimas obras de Chester Himes, muerte de Agatha Christie, termina la saga del comisario Maigret) como cambios sociológicos y políticos y «el género novelístico se transforma en una herramienta de intervención social, como diría Jean-Patrick Manchette», de compromiso, un punto de inflexión de la narrativa de crímenes con la denuncia de desigualdades, del racismo, de los sistemas dictatoriales y del juego sucio del Estado».

A partir de ahí y a lo largo de los años ochenta, se dará «un redescubrimiento de la novela negra clásica», los autores se reconocerán deudores de Chandler, Hammett y Macdonald y se darán dos tendencias. La primera es el homenaje, revivirán los años cuarenta con la imagen idílica del esplendor de Hollywood «la Edad de Oro de la cultura de masas» y con «el regreso de la figura del detective llega personalizado, sobre todo, en la figura de Philip Marlowe de Raymond Chandler y en la imagen arquetípica de Humphrey Bogart». La segunda tendencia es la parodia, entendida como «transformación», así autores como Andreu Martín en El señor Capone no está en casa, Eduardo Mendoza con El misterio de la cripta embrujada, Paul Auster con la segunda parte de Trilogía en Nueva York o Richard Brautigan Un detective en Babilonia (Dreaming of Babylon: A Private Eye Novel) servirán de ejemplo para novelas ambientadas en épocas pasadas, novelas en tiempos presente o con toques metafísicos.

Anteriormente, entre los años sesenta y setenta, los escritores más concienciados políticamente darán a la figura del detective privado una nueva dimensión social. Así surge la denuncia del racismo, la figura de la mujer deja de ser personaje secundario para ser principal (en 1982, Sara Paretsky iniciará la serie de la detective privado V.I. Warshawski con Valor seguro – Indemnity Only, y Sue Grafton comenzará su abecedario del crimen con A de Adulterio – A is for Alibi), aparecen también detectives y policías negros «siguiendo la estela de Ataúd Ed Johnson y Sepulturero Jones de Chester Himes«. Fuera de Estados Unidos, especialmente en Europa y en Hispanoamérica, se cultiva una novela negra con ecos clásicos, adaptada a la realidad de cada país, y a los que se le suma «a veces una gran carga política consecuencia de las tensiones sociales y políticas de la década, marcada por el terrorismo y la lucha armada a gran escala y las dictaduras militares sangrientas». Así, tenemos la Suecia del comisario Martin Beck, creado por los padres de la novela nórdica negra, Maj Sjöwall y Per Wahlöö, en Inglaterra Ted Lewis con Carter (Jack´s Return Home, 1969) y Derek Raymond con Murió con los ojos abiertos (He Died With His Esyes Open, 1984) serán considerados los padres del noir británico, Jean-Patrick Manchette (1971) dará inicio al néo-polar en Francia, Paco Ignacio Taibo con su detective Héctor Belascoarán Shayne comenzará el neopolicial hispanoamericano o en España Manuel Vázquez Montalbán iniciará su serie de Carvalho con Tatuaje (1974)

A partir de la década de los noventa la figura del detective privado va perdiendo terreno al mismo tiempo que la figura del policía, tan denostada en los años clásicos del género, se consolida y se desarrolla «en series que se extienden por toda Europa». Sirvan como ejemplo, el comisario Montalbano de Andrea Camilleri en Sicilia, Kostas Jaritos de Petros Márkaris en Grecia, John Rebus de Ian Rankin en Escocia, Kurt Wallander de Henning Mankell en Suecia…

En A Quemarropa. Volumen 2, los autores nos desgranan en capítulos posteriores las tendencias de la novela negra, las diferentes etiquetas del género (más de una seguro que le sorprenden y, tal y como dicen, afortunadamente no han triunfado) y dedicarán un capítulo a cómo la figura del asesino ha cambiado desde sus orígenes. Cada una de esas secciones contiene referencias a autores y obras e incluyen pequeños fragmentos de otras obras de referencia del género negro. Por si fuera poco, en las últimas páginas, Âlex Martín Escribà y Jordi Canal i Artigas nos dan cada uno sus cincuenta novelas imprescindibles y nos añaden las de otros críticos, editores y publicaciones.

Si les gusta la novela negra y quieren ir un paso más allá, los dos volúmenes de A Quemarropa les permitirán saber en qué dirección encaminarse y, cada uno con su gusto, pero con criterio, evitarán que le den gato por liebre.

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