Jean Patrick Manchette publicó, junto a J. P. Bastid, Dejad que los cadáveres se bronceen en 1971. Ese mismo año la pareja se había puesto a trabajar sobre una idea original de J. P. Bastid: el secuestro y asesinato de Ben Barka. Sin embargo, tras intercambiarse los primeros borradores, Manchette le dijo a J.P. Bastid, «me lo quedo». Según comentó el propio Manchette en la revista Polar, en el número de junio 1980, a raíz de esto y de «otros asuntos más anodinos» se disolvió la colaboración entre los dos autores.

Ben Barka fue un político marroquí que luchó por la independencia de Marruecos contra los franceses y, una vez terminado el periodo colonial, hizo oposición al rey Hassan. Creó un partido político y, a los tres meses, fue prohibido. Ben Barka se exilió en París donde continuó oponiéndose a la falta de libertad en Marruecos y denunciando la corrupción. En 1962 fue condenado a muerte por un tribunal marroquí y en 1965 fue secuestrado en París por los servicios secretos franceses, torturado y asesinado en presencia del ministro de interior marroquí.

El protagonista de la novela de Jean Patrick Manchette es Henri Butron. El mismo Henri Butron que es asesinado en la primera página del libro. Uno de los dos asesinos descuelga el teléfono:

«-Butron se acaba de suicidar -anuncia él- Ya podéis venir. Al cabo de unos instantes, aparece la policía. Dos agentes con gabardina y un señor bajito y rollizo, que debe ser el forense, penetran en la casa».

El muerto estaba grabando en un magnetófono su vida. Los asesinos le entregan al mariscal George Clémenceau Oufiri la cinta. El mariscal escuchará su contenido. Manchette intercalará extractos de las anotaciones de Jacquie Gouin, una periodista de «El Nuevo Informador» «un semanario de izquierdas» con quien tuvo una relación Henri Butron e interrumpirá el relato de la cinta con personajes que entran y salen de donde se aloja el mariscal (hay una persona en la bodega «colgada por los pies en mitad del local»).

Conoceremos a Henri Butron, un joven de clase media al que los «profesores juzgan de una pereza extrema», pero saca adelante sus estudios en el instituto. Suele robar coches para dar una vuelta con ellos o irse de excursión. Posteriormente los aparca cerca de donde los robó. Un día, al devolver el coche coincide con el dueño. Éste intenta reducirlo y Butron «le provoca fractura craneal y un hundimiento de mandíbula. Butron va a parar a la cárcel». Gracias a las gestiones del padre, la víctima retira la denuncia y Butron se alista en el ejército. Estará destinado en Orán, en transmisiones. Durante un ejercicio se hiere un ojo y es licenciado. Vuelve a su ciudad natal y se crea una aureola de héroe «como no me interesaba pasarme la vida contando historias cutres de robos de coches, me dedicaba a exagerar con todo lo de Argelia». Esto le servirá para ganarse las simpatías de los grupos de extrema derecha. Estamos en una época en que se busca ganar la calle con la violencia, se revientan manifestaciones de signo contrario, hay continuos enfrentamientos con la policía, disturbios… Uno de sus compañeros de correrías, Milanovich, le propone un atentado. Les facilitarán los medios y el objetivo: «crear un clima de terror en el Bajo Sena». Con este paso que Butron se hará un nombre y diferentes personas se interesarán en él.

La maestría de Jean Patrick Manchette hace que mantengamos el interés en conocer el recorrido vital e ideológico de Butrón hasta que sea testigo directo del secuestro de Ben Barka.

«Hay fronteras, ciertamente, pero solo sirven para que ganen dinero los dirigentes, pues estos se enfrentan siempre entre ellos en broma y oponen el interior al exterior, y el exterior es el Mal».

En una serie de entrevistas que le realiza Jacquie Gouin para su semanario, él se rebela contra esa imagen de «víctima de las circunstancias» que quieren ver en él. Por lo demás, Butrón se amolda, se adapta a lo que se pide de él. Desde el comienzo siempre está al fondo la policía y los servicios secretos, pero no les adelanto más…

Concluyo con una curiosidad: Jean Patrick Manchette no utilizó los nombres de los personajes reales, pero un lector de la época o conocedor de la historia podría fácilmente identificar quién era realmente quién en la novela, ya fuera por la profesión del personaje, su descripción o la sonoridad del nombre.

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