En la anterior entrega de la reseña del ensayo Front criminel de Benoît Tadié, habíamos visto el origen de la novela negra en la década de los años veinte con el hardboiled y la novela de gánsteres. A mediados de los años treinta surgirá el noir. «Las historias narradas desde el punto de vista de un personaje atrapado, perseguido, culpable de asesinato o acusado de ello, víctima de la fatalidad. Abandonando el punto de vista del detective, las historias permiten que remonten a la superficie del género criminal sus tendencias melancólicas más o menos reprimidas». Los protagonistas están condenados, sin salida. Dos autores serán el paradigma: James M. Cain con El cartero siempre llama dos veces (1934) o Pacto de sangre (1936) y Woolrich con su serie negra, La novia vestía de negro (1940), El ángel negro (1943)… Cain nunca escribió en Black Mask. Sin embargo, Woolrich se convertirá con el cambio en la dirección de Black Mask y el giro que le da Fanny Ellsworth en el nuevo autor de referencia (1936). Sus protagonistas no son detectives u hombres viriles, sino mayoritariamente mujeres u hombres a la deriva. Woolrich no escribe series con el mismo personaje como habían hecho habitualmente los autores que le habían precedido en Black Mask y donde antes predominaba la acción y los diálogos, ahora abundan las reflexiones, la descripción de sentimientos, angustias…

En paralelo a la corriente del noir, con la crisis derivada del crac del 29, donde «más de un tercio de la población activa de Estados Unidos estaba en paro, donde miles de agricultores pierden su granja y el éxodo rural se acelera, la historia del forajido, que representa la resistencia al poder de los bancos y los empresarios», se reinventará en la novela negra con la figura del fuera de la ley. Esta corriente se alimentará del hardboiled, de las revistas que contaban historias basadas en crímenes reales (Dillinger, Bonnie y Clyde o gánsteres del medio oeste serían entre otros los protagonistas), también tendrá influencias de la novela del vagabundo y de una literatura de la Depresión centrada en aspectos «regionalistas o étnicos» con tintes de documental. La obra Ladrones como nosotros (1937), será considerada por Raymond Chandler como «infinitamente mejor y más honesta que De ratones y de hombres» de Steinbeck y como «Una de las mejores historias de criminales jamás escritas». Como curiosidad, Edward Anderson comparte lugar de nacimiento y época con otro de los grandes de la novela negra: Jim Thompson, quien aprenderá el oficio de escribir en las revistas basadas en crímenes reales.

Después de la Segunda Guerra Mundial, pervivirán tres corrientes dentro del género negro: la primera, la de los de detectives que perseguían espías nazis o quintacolumnistas o colaboraban para detener criminales que se habían aliado con los nazis; una segunda corriente que sustituirá a los quintacolumnistas nazis por comunistas y la tercera corriente que significará una vuelta al noir de los años 30 cuyos referentes fueron los anteriormente mencionados, Cain y Woolrich, cuyos escritos se centran «en los márgenes sociales, marcados por una visión pesimista del mundo y una intensa soledad metafísica, el lector atento puede detectar el duelo de las aspiraciones colectivas de antaño. La novela negra de la época está poblada de desertores, amnésicos, fugitivos, criminales, los escombros de una comunidad democrática que choca con el inmenso poder normalizador de la América de posguerra, definida políticamente por la lucha contra la infiltración comunista, socialmente por las urbanizaciones en las que se refugia la burguesía blanca, que abandona los centros de las grandes ciudades a los afroamericanos de la segunda gran migración (. …) y pronto, culturalmente, por la universalización de la televisión». Como ejemplos, tendremos a James Vanning protagonista amnésico de Al caer la noche (1947) de David Goodis o a los creadores de personajes psicópatas como Robert Bloch o Dorothy B. Hughes con En un lugar solitario (1947), donde el protagonista, un expiloto de la Segunda Guerra Mundial es también un asesino en serie. En opinión de Benoît Tadiè el autor que mejor representa la quintaesencia del noir de posguerra es David Goodis «no sólo porque nos sumerge en sus relatos en la sombra melancólica de los bajos fondos urbanos, sino porque esta sombra se proyecta en el muro de la guerra fría, interceptando la luz de las aspiraciones pasadas y el recuerdo de los combates en el cielo».

En la próxima entrada reseñaré la parte que Benoît Tadié le dedica al fin de las revistas y el comienzo de los libros de bolsillo: Willeford, Spillane, Jim Thompson, Gil Brewer, Charles Williams…

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