James M. Cain escribió «Pacto de sangre» para conseguir dinero y que continuara en escena su adaptación teatral de «El cartero siempre llama dos veces» (llegaría a setenta y dos representaciones). Una primera versión reducida de «Pacto de sangre» se publicó por entregas en la revista «Liberty Magazine» entre febrero y abril de 1936. James M. Cain es uno de los pocos escritores de referencia que no publicó en la mítica «Black Mask». El título original de «Pacto de sangre» («Doble indemnización») fue idea de James Geller, el agente literario de James M. Cain.

«Pacto de sangre» está narrada por el infortunado protagonista: Walter Huff, un vendedor de seguros. Desde las primeras líneas nos advierte de que las apariencias siempre engañan. «Así fue como llegué a esta Casa de la Muerte que habrás estado leyendo en los periódicos. No parecía una Casa de la Muerte cuando la vi. Era simplemente una casa de estilo español, como todas las de California, con sus paredes blancas…» Pide hablar con el señor Nirdlinger, pero quien le atiende es su mujer. Hablan de diferentes coberturas hasta que ella le pregunta si él «lleva seguros de accidente». Él sospecha, por su experiencia sabe que «hoy hay más de un hombre que camina por ahí que vale más para sus seres queridos muerto que vivo, solo que él no lo sabe todavía». La señora Nirdlinger cambia el tema de conversación y quedan en encontrarse al día siguiente por la noche, cuando ella le haya explicado todo a su marido.

De vuelta a la oficina, se reúne con Keyes, el responsable del departamento de reclamaciones. Un hombre metódico, detallista y el «más cansino con el que hacer negocios». Un veterano, un zorro que descubre los fraudes al seguro. Al día siguiente, Walter acude a su cita y se encuentra con que la mujer no ha querido molestar a su marido con los detalles de la póliza y, tras unos cuantos circunloquios, le pregunta directamente si no sería posible que le hiciera una póliza a su marido, sin que lo sepa». Walter sabe lo que eso significa «me iba a levantar y marcharme de allí», pero «no lo hice. Ella me miró, un poco sorprendida, y su rostro a treinta centímetros. Lo que hice fue poner mi brazo alrededor de ella, levanté su cara y la besé en la boca, duro. Yo estaba temblando como una hoja. Ella me miró fríamente, y luego cerró sus ojos, tiró de mí y me besó».

James M. Cain en apenas veinte páginas de «Pacto de sangre» nos presenta a un personaje que, consciente de todos los riesgos, decide cruzar la línea. Walter Huff, con todos sus conocimientos del mundo de lo seguros, diseñará un original plan para disimular como un accidente lo que será un asesinato. Contará como cómplice a su amante. Así burlarán las medidas de control y la investigación del caso.

No hará falta que diga que surgirán imprevistos, que el burlador puede ser burlado, que la pasión es caprichosa y que habrá suspense, tensión y giros que irán condenando cada vez más a los personajes. Sin embargo, sorprenderá el final. Por cierto, para los que han visto la película y no han leído la novela, o viceversa, el desenlace es completamente distinto. Dejo que cada uno decida si se quedan con el que decidieron Billy Wilder y Raymond Chandler en una turbulenta redacción del guion o el de James M. Cain, al que, por cierto, Chandler detestaba.

Por último, una curiosidad: James M. Cain no tuvo que documentarse para escribir la novela. Su vocación inicial había sido la música, no la escritura, quizás influenciado por su madre que había sido soprano. El joven James M. Cain se costeó sus lecciones de canto vendiendo seguros para la General Accident Company.

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