El ángel negro (The Black Angel) es la cuarta novela de la serie «negra» (todas llevan ese adjetivo en el título) Una serie que Woolrich inaguró con La novia vestía de negro tres años antes y con su famoso pseudónimo, William Irish. Woolrich junto con Goodis son los representantes de una nueva corriente en el género negro. En lugar de una literatura conductista, véase el ejemplo del hardboiled, donde los personajes se definen por sus actos y por sus diálogos, ellos ponen el énfasis en lo que los protagonistas sienten, piensan, temen… Protagonistas que no son detectives privados o malhechores, sino hombres o mujeres con los que cualquier lector se podría identificar. En Black Mask este cambio de tendencia vendrá de la mano de la directora Fanny Ellsworth. Ella dará entrada a nuevos autores al tiempo que otros, como Chandler, abandonarán la revista.

En El ángel negro, al igual que ocurriera con La novia vestía de negro, la protagonista es una mujer. En esta ocasión una joven esposa que luchará en una carrera contra el tiempo para probar la inocencia de su marido, Kirk Murray. Éste está acusado de haber asesinado a una bailarina, Mia Mercer.

«Estaba tan hermosa como sólo una fotografía publicitaria puede hacerla lucir. Probablemente una vez y media más hermosa de lo que realmente era. Era morena (…) Sus ojos estaban muy abiertos y lánguidos, y sus labios tenían una expresión hosca y con pucheros. Parecía recomendable mantenerse alejado de ella, pero claro, no soy un hombre; Probablemente funcionó a la inversa con ellos»

Pronto sabremos que esta mujer era la amante de Murray y que éste había planeado escaparse con ella, al menos así lo deduce la protagonista al notar que había preparado la maleta para un viaje que no era de negocios. Decidida a recuperar a su marido acude al apartamento de Mia Mercer. Allí descubrirá en la habitación el cadáver de la bailarina: «Me bajé vacilante y aparté una de las almohadas. Era satén de coral, y tan suave, tan inofensivo. Pero alguien la había asfixiado con él hasta la muerte». Su primer pensamiento será proteger a su pareja y, para evitar que le puedan conectar con ella, se lleva la agenda de la víctima que tenía junto al teléfono.

Las pruebas circunstanciales, la confesión de Murray en la que confirma que estuvo esa misma tarde en el apartamento de su amante harán que en el juicio se le declare culpable y se le condene a la silla eléctrica.

«Sólo tengo veintidós años y aún así me van a dejar viuda en menos de tres meses».

Una fosforera que encontró en la escena del crimen con la inicial eme que sabe que no pertenece a su marido, ni a la víctima, le convencerán de que el nombre del asesino comienza por esa letra. Y ella tiene la agenda de Mia Mercer.

«Mis dedos dejaron de estar firmes. Pensé: «Alguien en este libro la mató. El nombre está en este libro. En esta misma página que tengo abierta aquí. Está mirándome directamente, mirándome a la cara. Y yo le estoy mirando». Pero no puedo decir cuál es»

Wesley Flood, el policía de homicidios encargado del caso, intentará en vano disuadirla de que investigue por su cuenta, pero vista la determinación de la protagonista, acordarán que si aparecen nuevas pruebas que le avisen. 

Cara de ángel, como le llamaba cariñosamente su marido, irá llamando a cada uno de los números de teléfono de la agenda con la letra eme. Cada número será un capítulo independiente de la novela. La protagonista se relacionará con cada uno de los sospechosos, averiguará su conexión con Mia Mercer y se asegurará de que no es el asesino antes de pasar al siguiente nombre de la lista. Para ello, esa mujer de veintidós años, ese ángel se convertirá en un ángel negro: mentirá, seducirá, usurpará identidades, provocará hasta la muerte de uno de esos hombres (inocente)… Podemos decir que es una mujer fatal en toda regla dispuesta a cualquier cosa con tal de salvar a su marido de la silla eléctrica.

Cada sospechoso pertenece a ambientes y clases sociales distintos a los que se ha movido habitualmente la protagonista. Por ello tendrá la dificultad añadida de adaptarse y desenvolverse en bares y antros de mala muerte o albergues para indigentes o fiestas de lujo. Esto provocará más de una situación comprometida y tensa, no olvidemos de que cada uno de sus interlocutores puede ser el asesino. Todo lo veremos a través de los ojos de ella, sentiremos sus miedos y recelos, accederemos a sus pensamientos y reflexiones sin filtro y seguiremos la lógica de sus acciones.

Como muchas de las obras de Woolrich, sólo tres años después de la publicación de la novela, Hollywood la adaptó eliminando el artículo del título original: Black Angel y con los actores Dan Duryea, Peter Lorre y June Vincent, dirigidos por Roy William Neill. Según cuenta Woody Haut en Heartbreak and Vine, el director no sólo cambió el título, sino que alteró el argumento de la historia de tal forma que Woolrich odió la película. En una carta que envió al poeta Mark Van Doren escribió «¿Es eso en lo que desperdicié toda mi vida?».

Termino con una curiosidad: uno de los sospechosos principales de El ángel negro le cuenta a la protagonista cómo terminó su primer amor tras acudir con su cita a una fiesta. El motivo fue por un chal de piel que ella vestía esa noche. La mujer sería detenida al día siguiente por la policía, acusada de haberlo robado. Esto le ocurrió al escritor realmente, ella se llamaba Vera Gaffney y Woolrich lo relata en su autobiografía: Blues of a Lifetime.

Loading

Suscríbete a Inmisericordes
Si quieres estar al día de mis publicaciones, no tienes más que suscribirte
Tu dirección de correo electrónico no será cedida o vendida a terceros*. No SPAM

Otras entradas

«Justo» – Carlos Bassas del Rey (2019)

Justo de Carlos Bassas del Rey compartió en 2019 el premio Dashiell Hammett de novela negra en la XXXII edición de la Semana Negra de Gijón con El último Hammett de Juan Sasturain. Justo es el protagonista setentón de esta novela ambientada en Barcelona, aunque bien se podría decir que

Leer más »
Confirmado: La página tiene cookies. Si continúa la navegación, acepta su uso    Ver Política de cookies
Privacidad