Los valientes están solos es la biografía del juez Giuseppe Falcone y de un grupo de funcionarios (jueces, fiscales y policías) que desde los años cincuenta combatieron en una lucha desigual la mafia. En muchas ocasiones pagarían con su vida el no mirar para otro lado o dejar hacer. También hubo más de un periodista asesinado por publicar diferentes hechos mafiosos. Todos ellos se sacrificaron con la confianza ciega en un Estado ingrato, quizás con el único consuelo de convertirse en un referente moral para la gente de bien.
Roberto Saviano ha recurrido a biografías, estudios, análisis, diarios… para relatar los hechos que nos narra. Comienza con un episodio de la infancia de uno de los capos indiscutibles de la mafia de los corleonese, Totò Riina, que perdió a su padre y hermanos manipulando una bomba de la Segunda Guerra Mundial para extraer la pólvora y vender el metal. La biografía de Falcone arranca cuando reclama a todos los bancos de Sicilia que le remitan todos los movimientos de cambio de divisa desde 1975. Por aquel entonces la mafia siciliana importaba el opio de Afganistán a través de Turquía, lo transformaba en heroína y la enviaba a Estados Unidos. Esos dólares los convertían en liras. Banqueros y empresarios se quejaban del proceder de ese juez al que no entendían y que no hacía más que alterar el status quo. El fiscal general, Giovanni Pizzillo, reclama al jefe del juzgado de instrucción, Rocco Chinnici, que cambien su forma de trabajar porque «estáis llevando a la ruina la economía de Palermo», pero Chinnici asume las presiones por deuda moral con su predecesor, Cesare Terranova, asesinado por la mafia.
Rocco Chinnici instaura un nuevo método de trabajo: todos los jueces antimafia se reúnen al menos una vez a la semana para ponerse al día de todos los expedientes en los que trabajan sus colegas y se intercambian las informaciones que van recabando. La idea es que «en ese caso, los conocimientos que cada uno de nosotros ha acumulado no se deben perder. Si cae uno, no cae también la investigación. Si cae uno, sabemos que antes de que caiga ha pasado el testigo». Por desgracia, estaba en lo cierto. La mafia continuará asesinando jueces, incluyendo al propio Chinnici.
«Se podría trazar una equis sobre los sillones de Palermo y llevar así la cuenta de quienes los ocuparon por muy poco tiempo. Hay un tribunal de vivos que, luchando contra olvidos providenciales y oportunos retrasos, trata de administrar justicia y otro de muertos, que aún no la obtenido».
En Los valientes están solos Roberto Saviano rinde un homenaje a todos esos servidores públicos, como el general Della Chiesa, que se veía representado en el personaje del joven oficial de El día de la lechuza de Leonardo Sciascia, al que el Estado envía a Sicilia para combatir la mafia, pero sin facilitarle los medios o el jefe de la escuadra móvil de Palermo, Boris Giuliano que investigó con su grupo el tráfico de drogas entre Sicilia y Estados unidos y murió asesinado en una cafetería o el juez que hubo de firmar él solo todas las órdenes de arresto de los mafiosos porque el resto de colegas se negó, sabiendo que el que firmaba firmaba su sentencia de muerte.
El Estado en su mayor parte los abandona, no quiere entender el fenómeno mafioso o afrontarlo. A pesar de todo, los jueces antimafia consiguen que los mafiosos sean condenados y la mafia reconocida como organización criminal. No faltan traiciones, envidias, miserias o quejas como la de la vecina del inmueble donde vive Falcone porque el helicóptero que cubre las entradas y salidas del juez hace mucho ruido. Todos esos jueces antimafia saben que van a morir, viven su trabajo como «una carrera de relevos», ellos cuentan con entregar el testigo de sus investigaciones al colega cuando les asesinen y continúen su labor dando ejemplo y sacrificio. Falcone y su mujer Francesca, uno de los grandes apoyos del juez, morirán asesinados. Al día siguiente, su amigo, Borsellino ocupaba su puesto como fiscal antimafia. Ojalá Roberto Saviano nos cuente también su historia.