En 1950, Charles Willeford estaba destinado en la base aérea de Hamilton, en California, y los fines de semana se encerraba en el Hotel Powell, en San Francisco, para escribir durante todo el fin de semana la que sería su primera novela High Priest of California, 1953 (antes había publicado un libro de poesía Proletarian Laugther, 1949), luego le seguirían, entre otras, Pick-up en 1955, The Black Mass of Brother Springer en 1958 hasta Gallo de pelea en 1962 (Cockfighter). Durante nueve años no publicó nada más hasta Una obra maestra (The Burnt Orange Heresy, 1971) y trece años más tarde Miami Blues en 1984. Esta novela fue un éxito rotundo y, a sus sesenta y cinco años,  se comenzó a revalorizar toda su producción anterior.

Willeford nunca lo tuvo fácil, según cuenta en su segunda autobiografía, I Was Looking For a Street, publicada en el mismo año de su muerte, en 1988, se quedó huérfano siendo niño y su abuela se hizo cargo de él hasta que la crisis económica, derivada del crac del 29, le empujaron a irse de casa. Era consciente de que su abuela no le podía mantener a él y a los miembros de su familia que había acogido en su casa. Willeford, con doce años, estuvo vagabundeando por Estados Unidos de tren en tren, a veces solo y a veces acompañado, aprendiendo lecciones de vida y plasmando un cuadro desolador de unas gentes sin futuro y, en muchos casos, sin esperanza. Sin embargo, Willeford nos contará esta infancia con un fino humor, no exento de ironía que te provoca más de una sonrisa. Willeford terminará con esa vida de vagabundo, incorporándose primero a la Guardia Nacional de California y después pasándose al ejército con diecisiete años (mintió sobre su edad para poder entrar). Aquí empezará su segunda autobiografía: Something About a Soldier, publicada en 1986, pero volvamos a la obra que nos ocupa: Miami Blues.

La novela comienza con uno de los dos protagonistas: «Frederick J. Frenger. Jr., un encantador psicópata de California, pidió a la azafata de primera clase otra copa de champán y material de escritura».  

Frenger practica las firmas de las tarjetas de crédito que ha robado. Sabe que tendrá más o menos una semana antes de que puedan localizarlo, tiempo que empleará en hacerse con más tarjetas y continuar su vida. Cuando Frenger aterriza en Miami tiene un encontronazo con un Hare Krishna que le «perforó la solapa de la chaqueta de doscientos ochenta y siete dólares, con cargo el día anterior a la tarjeta de un tal señor Claude L. Bytell, en los almacenes Macy´s de San Francisco, Freddy se cabreó de inmediato». Frenger le rompe el dedo corazón. Sale del aeropuerto sin que nadie le pare y se aloja en el Hotel International con el nombre de Herman T. Gotlieb. El botones, Pablo, le acompaña a su habitación y le ofrecerá los servicios de compañía de una mujer.  

Poco después sabremos que el Hare Khrishna ha muerto como consecuencia del dedo roto y conoceremos al segundo protagonista: el sargento Hoke Moseley y su compañero, el también sargento Bill Henderson. No hay testigos que puedan identificar al autor del homicidio. Comienzan a investigar. Lo primero que hacen es contactar con su familia. Una familia rota: la hermana del fallecido, Susan Waggoner, y su padre no se hablan. Susan Waggoner llegó «a Miami, realmente, para abortar. Mi padre dijo que era una desgracia que me quedara embarazada y me dijo que no volviera». Los dos hermanos se han fugado de casa, después descubriremos las circunstancias.

La historia dará un giro cuando Frenger contrate los servicios de Pablo y le envíen a Susan Waggoner. Por diferentes circunstancias, acabarán juntos. Ella deja de trabajar para Pablo y Frenger continúa robando carteras y falsificando firmas, sin que ella se entere (o eso le hace creer), en palabras de Moseley, «¿Cómo podía una mujer tan ingenua como Susan Waggoner ir a la universidad?». Sin embargo, el sargento Moseley sí sospecha de Frenger cuando se lo encuentra en compañía de Susan. Esto encenderá todas las alarmas del psicópata.

El sargento Hoke Moseley es un detective atípico. Tiene un aspecto desmejorado, le han arrancado todos los dientes y lleva dentadura postiza (la cual pierde una vez y otra está a punto), se ha divorciado de su mujer con un acuerdo demasiado gravoso para él: corre con todos los gastos de sus dos hijas, les pasa una pensión, les paga los médicos, la ropa… De tal forma que, no pudiéndose permitir un alquiler con su sueldo, se ha buscado la vida y ha encontrado acomodo en un hotel de mala muerte, donde a cambio de ejercer de vigilante cuando vuelve del trabajo, tiene una habitación gratis. Una habitación cochambrosa a la que no puede invitar a ninguna mujer, aunque también porque ninguna mujer está interesada en él (y no es recíproco).

En el trasfondo de la novela está una ciudad que se va transformando poco a poco, con la inmigración cubana, principalmente. No es el Miami de playa y cuerpos hermosos, sino el de los barrios inseguros, calles a evitar y miseria e injusticias por doquier. Igual que los marielitos.

«-¿Qué es un marielito? – preguntó Freddy.

-En 1980 nuestro cobarde expresidente, el señor Jimmy Carter, abrió los brazos a ciento veinticinco mil cubanos. La mayoría de ellos eran gente de bien que tenía familia aquí en Miami, pero Castro también abrió las cárceles y los psiquiátricos y nos largó unos veinticinco mil criminales, gais y maniacos de todo tipo. Embarcaron en el puerto de Mariel, en Cuba, y por eso les llaman marielitos».  

De hecho, como ninguno de los sargentos, Moseley y Henderson, habla español, su jefe deshará el binomio y les asignarán hispanohablantes. El nuevo compañero de Mosely será Ellita, una policía cubana, y juntos investigarán el caso.

«Todavía no veo cómo alguien puede morirse por un dedo roto», dice uno de los personajes en la novela.   James Sallis en la colección de ensayos Hitching rides, empareja a Willeford y Himes en estos términos: «(En su escritura) cada frase y escena están saturados con un sentido del absurdo, del sufrimiento, de las muchas maneras en que una sociedad puede convertir a personas en monstruos y las muchas formas en la que ellos devuelven la violencia a la sociedad. En Himes y Willeford, lo salvaje y lo cómico son siempre compañeros de cama. Ellos no subvierten tanto el género como lo desafían: No te quedes nada, cariño, muéstrame lo que puedes hacer, muéstrame lo que tienes».

Willeford no se reservó nada. En una entrevista a un periódico de Florida declaró que «Quería mostrar que Hoke no era un policía las veinticuatro horas del día. La mayoría de los policías son gente normal. Quería escribir una novela con elementos procedimentales policíacos, pero concentrándome en el personaje y en reflejar los tiempos»

Después del éxito de Miami Blues, su editor le pidió que continuara con el personaje y, propio de Willeford, le entregó una novela titulada Grimhaven en la que Hoke Moseley «mata accidentalmente a sus hijas y se encuentra en prisión a la espera de juicio». Afortunadamente su editor se negó a publicarla y Willeford escribió otras tres novelas con el mismo protagonista (hay que leerlas en orden: New Hope For the Dead, Sideswipe y The Way We Die Now). Grimhaven todavía no ha visto la luz. Si dentro de unos años alguna editorial se decide a dar el paso la compraré en preventa.

Me despido con una curiosidad cinematográfica y no sobre la versión que dirigió George Armitage con Alec Baldwin y Jennifer Jason Leigh, sino con unas palabras de Quentin Tarantino: «No hago neo-noir. Veo Pulp Fiction cercana a la ficción criminal de hoy en día, si acaso un poco más cercana a Charles Willeford».

Fuentes

I Was Looking For a Street – Charles Willeford  Ed. Orion Books (2015)

Dictionnaire des littératures policières – Claude Mesplède Ed. Joseph K. (2007)

Hitching rides – James Sallis Ed. No Exit Press (2018)

https://crimereads.com/the-life-and-times-of-charles-willeford-miamis-weird-wonderful-master-of-noir

Loading

Suscríbete a Inmisericordes
Si quieres estar al día de mis publicaciones, no tienes más que suscribirte
Tu dirección de correo electrónico no será cedida o vendida a terceros*. No SPAM

Otras entradas

«En la casa vacía» – Manuel Barea (2020)

De En la casa vacía de Manuel Barea lo primero que destaco es la valentía del autor. Arriesga formal y estilísticamente para meternos desde la primera línea en la piel de la protagonista: Eva. Nos la presenta en primera persona, arreglando una gotera en el techo de un edificio de

Leer más »
Confirmado: La página tiene cookies. Si continúa la navegación, acepta su uso    Ver Política de cookies
Privacidad