Turín no es Buenos Aires es la síntesis del protagonista: el investigador privado Héctor Perazzo. Un argentino al que «los tortuosos caprichos del destino me habían hecho volver a la tierra de la que había partido mi madre, y, muchos años antes, mis abuelos paternos. Extranjero en el país, tanto en Italia como en la Argentina de la cual ya faltaba desde hacía casi treinta años». A lo largo de la novela iremos teniendo fogonazos de su pasado y su trabajo en la Policía Federal, donde «entre gánsteres, narcos y terroristas, atreverse a llevar el uniforme (…) era como deambular por un campo de tiro con una diana en el lomo».

En Turín no es Buenos Aires Perazzo tiene un nuevo caso cuando vuelve del hipódromo con cien euros menos por confiar en el chivatazo de su amigo, el periodista Marquesini. Pilar le contacta por teléfono: «Es por mi hija Linda, ha desaparecido».

Linda es una joven de diecinueve años que está clandestina en Italia y realiza trabajos en negro. La madre tiene el permiso de residencia y no quiere contactar con la policía ya que significaría que deportarían a su hija. La madre le transmite al detective la imagen de una «muchacha tranquila, sin pájaros en la cabeza. Su único deseo es regularizarse con documentos, encontrar un trabajo decente y formar una familia». Sin embargo, cuando Héctor Perazzo comience a investigar esa imagen se irá desintegrando y descubriendo una doble vida. En ese camino, muchas veces a bordo de un «Alfa 147 de segunda mano comprado a plazos» acompañaremos al detective por un Turín donde malviven inmigrantes, donde los carteristas hacen de las suyas en el transporte público, prostitutas…

«La mayoría de las jóvenes nigerianas o ghanesas que acaban haciendo la calle saben muy bien qué tipo de trabajo tendrán que hacer una vez en Europa. Más aún, muchas de ellas vienen ya rodadas por años de prostitución en los suburbios de Lagos o Benin City, donde, claro está, ganan una centésima parte de lo que esperan obtener aquí. En definitiva, cuentan ya con que van a hacinarse cinco en una pequeña habitación, con que se arriesgan a la expulsión cualquier día, con tener que pagar un soborno a la madame y con atrapar un resfriado en minifalda en cualquier arcén de carretera. Aparte de que pueda darles una paliza el primero que se presente con un billetito de cincuenta euros en la mano, claro está. Porque si el juego se desarrolla sin problemas, en pocos años se lo montan para el resto de su vida. Lo que no tienen en cuenta es que pueden acabar siendo asesinadas a cuchilladas, quizás por haberse dejado caer en el lugar equivocado. O acabar encerradas en un ataúd anónimo pagado por la Beneficiencia, bajo una lápida sin nombre y apellidos. Y lejos para siempre del sol africano».

Hay denuncia social, sin caer en caricaturas, los personajes tienen o carecen de dignidad (muchas veces en proporción directa a su humildad o inversamente proporcional a su capacidad económica, como la madre de Linda), la justicia no concuerda con la ley y hay una radiografía social de Turín y sus mutaciones arquitectónicas. Por ejemplo, el propio Perazzo tiene su oficina en la zona de Borgo Po, un barrio popular que se ha ido transformando en una zona de lujo. Allí, «en una tercera planta sin ascensor, tenía alquilado desde hacía muchos años el apartamento de dos habitaciones con baño (…) La señora Pelissero me lo había dejado a un precio asequible sólo porque le había sabido encontrar en veinticuatro horas a Fufi, su caniche, que se había escapado de casa. Cada día rogaba a Dios que le concediera larga vida, de otro modo sabía muy bien que los herederos lo habrían vendido a precio de oro y en poco tiempo el viejo caserón de patio de vecinos se habría convertido en un edificio de apartamentos para ricos».

En Turín no es Buenos Aires, Giorgio Ballario hará un hueco para el amor o la pasión, aunque no dote a Perazzo del don de la diplomacia, el humor de la novela por veces es negro, negrísimo, la amistad más de una vez bañada en alcohol… Es importante también la letra de las canciones que Perazzo, solo o en compañía, escucha en su Alfa, esas letras nos dará pistas de sus estados de ánimo, pensamientos o reflexiones. 

Perazzo resolverá el misterio, aunque no se restablecerá el equilibrio y la justicia brillará a media luz. Aunque esto sea lo de menos, diría que se ajusta al canon, el disfrute está desde las primeras páginas en acompañar a Héctor Perazzo en sus idas y venidas y descubrir sus luces y sus sombras que, como las de Turín y Buenos Aires, nos atraparán. Por ello esperemos que Almuzara, se anime a traducir las dos primeras entregas: Il volo della cicalla (2010) y Nero Tav (2013) y la posterior: Il tango dei morti senza nome (2022).

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