Ed McBain, pseudónimo de Evan Hunter, inaguró con Odio la que acabaría siendo la mítica serie del distrito 87. Más de cincuenta novelas en las que el protagonista no es un detective, sino una comisaría entera, pero veamos antes cómo se gestó.

Antes de esta serie del distrito 87, Evan Hunter había publicado numerosos relatos en varias revistas, entre ellas Manhunt, siempre empleando diferentes pseudónimos (John Abbott, Curt Cannon, Ezra Hannon, Richard Marsten, Hunt Collins…). Así, en más de una ocasión una revista podía publicar distintos relatos de él en el mismo número.

Según contó el mismo Evan Hunter, fue el editor jefe de Permabooks, Herbert Alexander, el que tras leer una novela de misterio, Runnaway Black, escrita por un tal Richard Mansten, llamó al agente de Evan Hunter y le preguntó: «¿Es de nuestro amigo Hunter?». Al recibir la confirmación les convocó a una reunión.

Durante la comida, Herbert Alexander les reveló que la editorial se sostenía gracias a la reedición de las novelas de Erle Stanley Gardner, pero debían buscar un nuevo autor y si les podía proponer «una serie de misterio con un personaje principal, original y fresco, era su hombre». Lo cierto es que Hunter no tenía nada parecido por lo que le pidió tiempo para pensárselo.

De entre todas esas historias que había publicado anteriormente, Evan Hunter pensó que lo más entretenido y lo más adecuado para las novelas criminales era cuando el protagonista era un policía. Entonces, Hunter decidió darle otra vuelta a su idea, no sería un policía, sino «un escuadrón de policías, cada uno con diferentes características que formarían un héroe conglomerado».

Le explicó a Herbert Alexander la idea. Éste la aceptó y le ofreció un contrato de tres novelas para ver cómo funcionaba. Serían Odio (Cop Hater), El atracador de mujeres (The Mugger) y El traficante (The Pusher). Las tres se publicarían en el mismo año: 1956.

Hunter se puso manos a la obra, pero antes debía documentarse. Al principio, el departamento de policía de Nueva York fue reacio, pero tras mucho insistir logró que pudiera ir en los coches patrulla, hablar con policías y compartir tiempo con ellos en los despachos, acceder a los laboratorios, ir a juicios y hasta meterse en los calabozos. Cuando sintió que sabía lo suficiente de lo que significaba ser un policía se puso a escribir. Sin embargo, los problemas de Hunter no habían hecho más que comenzar. Con su prurito por ceñirse al protocolo exacto de actuación, llamaba cada tres por cuatro a los policías que había conocido. Llegó un momento en que se dio cuenta de que «tendría que pasar más tiempo al teléfono que en la máquina de escribir». Fue así como surgió la idea de crear una ciudad, Isola, isla en italiano y es que, antes de cambiarse el nombre, Evan Hunter fue Salvatore Lombino. Dentro de Isola estaría el Distrito 87.

Isola está inspirada en Nueva York, la ciudad en la que Hunter nació y vivió. Así, Diamondback será Harlem, Grover Park será Central Park o Stemmler Avenue será Broadway.

Isola se nos presenta de la siguiente forma en las primeras páginas de Odio:

«La ciudad descansaba como un nido de gemas brillantes, raras, resplandecientes capa sobre capa de palpitante intensidad.

Los edificios eran un escenario.

Enfrentaban el rio y lucían con brillo hecho por el hombre, y tú los contemplabas con asombro, y recuperabas el aliento.

Detrás de los edificios, detrás de las luces, estaban las calles.

Había basura en las calles»

Esas calles son las que patrullan los policías. De noche un detective es asesinado.

El teniente Byrnes, al frente del departamento de detectives, encarga a Carella y Bush que den con el que ha asesinado a uno de sus compañeros del distrito 87. La única pista con la que cuentan es el calibre del arma, .45. «Comenzaron buscando información en los matones que empleaban .45. Algunos policías fueron al archivo de los Malísimos, el archivo de los criminales conocidos en la comisaría, y ellos comenzaron a buscar a cualquiera de los ladrones de poca monta que podía haberse cruzado el camino de (detective asesinado) en alguna ocasión»

Interrogan al dueño de un bar cercano.

Los diálogos con los sospechosos serán telegráficos, sin filosofías, ni reflexiones.

«—Sí, está bien —dijo Carella— ¿Has visto últimamente a alguien con un arma?

—¿Un arma?

—Sí.

—¿Qué clase de arma?

—¿Qué clase de arma viste?

—No vi ninguna de ningún tipo —Harry estaba sudando. Tiró una cerveza para sí mismo y la bebió rápidamente.

—¿Ninguno de estos gamberros llevan una pistola casera o algo parecido? —Bush le preguntó tranquilamente.

—¡Oh!, bueno pistolas caseras —Harry dijo limpiándose la espuma de su labio— Quiero decir, esto se ve todo el tiempo.

—¿Nada más grande?

—¿Mas grande que qué? ¿Como una del calibre .32 o .38?

—Como una del calibre .45»

Seguimos a los policías en su día a día, discuten, bromean, se cuentan chistes con más o menos gracia, hablan de sus mujeres… Así, cada vez que Carella habla por teléfono con Alice, la mujer de su compañero Bush, no puede evitar imaginársela con el camisón negro ajustado con el que sabe que duerme por su colega. Carella está enamorado de Teddy Frankilin su novia desde hace seis meses: «Había tristeza en su rostro ahora, una tristeza exagerada porque Teddy no podía dar lengua a las palabras. Teddy tampoco podía oír las palabras, así que su forma de hablar era a través de su rostro, y hablaba con sílabas exageradas, incluso a Carella, quien comprendía el más mínimo detalle en la expresión de sus ojos o en sus labios». Contrastarán sus escenas de amor y pasión con la sordidez de las calles y el peligro que aumenta en las calles con el asesino que no detienen y que se cobra una segunda víctima.

Las esposas, parejas de los detectives se preocupan porque su marido o su pareja pueda ser la siguiente víctima. Ellos son el objetivo. Todos los detectives trabajan de paisano, el asesino no podía saber si era policía o no caminando por la calle, ha de haber alguna conexión…  Es una novela policíaca, no esperen un psicópata o el asesino en serie tan manido. Habrá una investigación en toda regla en la que leeremos fichas de balística, de detenidos, informes forenses… No hay fórmulas mágicas.  

También leeremos las noticias que firma Cliff Savage, un periodista de una publicación sensacionalista. Él está convencido de que el asesino hay que buscarlo entre los miembros de la banda de The Grovers. Y no dejará que la realidad eche al traste un reportaje que puede aumentar la tirada.    

No les cuento mucho más del argumento de la novela porque habría que detallar los personajes de carne y hueso que nos regala Ed McBain y revelar cuál de ellos morirá. Uno de los muchos aciertos de McBain es que consigue que durante toda la novela temamos que alguno de esos personajes con los que nos encariñamos mueran. Jugará con elipsis, un detective se va porque le esperan para cenar en casa, otro detective se retrasa y el asesino, que no empieza a tomar forma hasta el último tercio de la novela, esperará agazapado en la calle ¿a quién de los dos disparará?   

En Odio, McBain o Evan Hunter desmostrará por qué se acabará ganando el título de maestro de la novela policíaca procedimental y entenderemos por qué, cuando se estrenó en NBC la serie (Hill Street Blues o Canción Triste de Hill Street), Hunter llamó a su abogado. Consideraba que esas historias del día a día de policías, localizadas en un distrito inventado, estaban inspiradas en sus novelas del Distrito 87. Tras oír a su abogado, decidió no demandarles porque suponía arriesgar demasiado dinero. Lo bueno es que McBain continuó escribiendo sobre el distrito 87 hasta su muerte, en 2005, año en el que se publicó la última entrega: Fiddlers.

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