De En la casa vacía de Manuel Barea lo primero que destaco es la valentía del autor. Arriesga formal y estilísticamente para meternos desde la primera línea en la piel de la protagonista: Eva. Nos la presenta en primera persona, arreglando una gotera en el techo de un edificio de pisos. Está sola porque llueve y el señor Rubio no ha salido a la azotea. Se comunican a gritos.

«No voy a examinar el aspecto del cielo o el horizonte del pretil.

Chorradas.

El dolor ya está propagándose hacia la coronilla y los pómulos y la sien.

Cuando esto ocurre, mi respiración tiende a acelerarse, mi pulso aumenta, empiezan las sudoraciones, el hormigueo bajo la piel, la presión en el pecho.

La protagonista está aquejada de un dolor que le condiciona su día a día: «Noto en la nuca y en el hombro una rigidez y luego un arrastre que parece tener vida propia y agitarse y reptar y trepar por la espalda. De vez en cuando también pienso que tiene colmillos, y esos colmillos, algún veneno».

Manuel Barea en la primera parte de la novela corta las frases, hace poesía con ese dolor y la frustración y la injusticia que siente Eva. Las pausas ahondan su soledad, lo pensado y no dicho aumentan la pena del personaje. Su situación precaria te revuelve.

«Hay algo en su voz. Lo detecto en este preciso momento, por alguna razón.

¿Le tiembla?

¿Es que acaba de reparar en aquello que estoy sujetando?

¿O quizá en la sangre?

Me retiro de la puerta del E con el cuello aún inclinado y abro los ojos y los fijo en mis bártulos.

Los cojo y me coloco delante del señor Rubio.

El señor Rubio se aparta rápidamente y sin mirarme.

Es capaz de figurarse lo que me muero por hacer ahora.

Y, pese a todo, nada.

Pese a todo, cabeceo y me encorvo y avanzo.

Todavía sostengo la navaja».

Termina con el señor Rubio, pero sigue con sus chapuzas y como recogevasos en una discoteca. «Cinco horas después, un hombre emperifollado que se encuentra tras la barra me da cuarenta euros en efectivo.

El taxi que cojo de vuelta a casa son veinte

Veinte putos euros».

Enfrente de su casa hay un perro que aúlla, solitario, abandonado en un piso. Son varias las noches que lo oye. Un día, Eva penetra en el piso de la calle Conde de Barcelona y rescata al que resulta ser un cachorro de braco. Eva conoce la felicidad en compañía del animal hasta que el destino le juega a nuestra protagonista otra mala pasada y deberá cambiar de ciudad.

El cambio de ciudad llevará consigo el cambio del estilo y del tiempo narrativo y psicológico. Pasamos del presente de oraciones cortantes a la casa de sus padres, el pasado. Se producen saltos al pasado y al futuro sin un punto y aparte. Todo con punto y seguido. Sin embargo, no se confunda, no son fuegos de artificio, sino oficio de escritor que nos permite ahondar en la vida y el mundo de Eva. Así, descubriremos por qué se fue del pueblo y cómo transcurre su día a día hasta que una noche dará un giro radical. La novela concluirá con las palabras que le dan título y significado.

En la casa vacía son de los libros que, cuando uno lo termina, le dejan un vacío porque ha conocido a Eva y otras como Eva. Son de los libros que uno coloca en la primera fila en la biblioteca porque los releerá. De los libros que dejan ese regusto amargo de los clásicos del género.

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