David Goodis publicó Los rateros en 1953. Por entonces, hacía tres años que había vuelto de Hollywood y se había instalado en la casa de sus padres en Filadelfia.  Goodis se había ganado un billete a la meca del cine con su segunda novela Senda tenebrosa (Dark passage) en 1946. Por entonces, cobró de Warner Bross 25.000 dólares, menos los 1500 dólares que se llevó Roy Myers, el agente de MCA, junto con un contrato como guionista, 750 dólares por semana.

La película se rodó con Humprey Bogart y Lauren Bacall, la pareja del momento desde Tener y no tener (1944) y El sueño eterno (1946). Además, Goodis consiguió 12.000 dólares por publicar la novela por entregas en el Saturday Evening Post y, posteriormente, 2500 dólares por su edición en libro. Goodis no participó en el guion de su obra, sino que fue adaptado por Delmer Daves. Tampoco se compró una casa o se aposentó en algún lujoso apartamento u hotel. Goodis alquiló el sofá en casa de un amigo de Philadelphia por diez dólares a la semana. La vida de Goodis es la de todo un personaje, como diría una de las personas que lo trató «era como Woody Allen, antes de Woody Allen». Si acaso, su vida dará, por lo menos, para otro artículo.

Vamos a la novela que nos ocupa: Los rateros son una banda de cuatro miembros que se dedica a robar en casas sin emplear la violencia. Goodis nos presenta de madrugada a los integrantes de la banda en un vehículo delante de la mansión que van a asaltar. El objetivo es la cámara de seguridad en la que se hallan cien mil dólares en esmeraldas.

«En el coche aparcado Harbin estaba sentado con sus tres compañeros. Dos eran hombres (Baylock y Dohmer) y el tercero era una mujer delgaducha (Gladden) de poco más de veinte años. Estaban sentados y mirando a la mansión. No tenían nada que decir y muy poco en lo que pensar, porque la mansión había sido cuidadosamente estudiada, el plan había sido trabajado y repasado con cada movimiento planeado al segundo, todo discutido y debatido y ensayado hasta que era un buen plan, preciso a prueba de error (…) Harbin se dijo a sí mismo que nada era a prueba de error»

Existe el azar y una patrulla de policías sospechará de un coche aparcado a esa hora de la noche en el vecindario. A esto se juntará que las relaciones dentro de la banda no son idílicas. Baylock siempre se está quejando por todo y lamentándose lo que pone de los nervios a todos. Está en el grupo porque «valoraba el botín y porque siempre expresaba sus motivaciones e intenciones de forma abierta». Dohmer a veces se enfurece con Baylock, explota y luego todo vuelve a la normalidad. Harbin, el líder de la banda, sabe que puede confiar en él porque «su cerebro nunca intentará algo que sepa que no puede ejecutar» y es muy bueno vigilando la calle mientras el resto penetra en el interior del edificio. Gladden es la encargada de informar de las medidas de seguridad de la casa. En este golpe estuvo trabajando seis semanas relacionándose con los miembros del servicio, visitándoles cuando los dueños se iban de fin de semana y recopilar toda la información necesaria. Gladden es considerada por los Dohmer y Baylock como el miembro más débil más grupo, una rémora que solo está presente porque el padre de ella adoptó a Harbin y éste prometió cuidarla cuando su padre faltara.

El golpe lo cambiará todo. Harbin, que nunca había entrado en prisión, verá en esas esmeraldas la oportunidad de dejarlo todo y vivir una historia de amor con una mujer a la que acaba de conocer y de la que se ha enamorado. Baylock y Dohmer permanecerán juntos y pensarán otros golpes. Gladden, a la que habían enviado a Atlantic City ve claro que no quiere volver a esa vida de delitos… Sin embargo, esta novela la escribió Goodis y esas esmeraldas parecerán malditas. Cuando Harbin y Gladden comienzan a vivir su sueño no tardarán en despertarse y ser conscientes de que, si quieren sobrevivir, deberán estar juntos, aunque eso condene a la banda y a ellos mismos… Les dejo que averigüen cómo Goodis va arrastrando a cada personaje a un destino que se intuye, pero que sorprende en sus últimas líneas.

Rateros se publicó en Lion Books, el mismo sello de Jim Thompson. Su editor, Arnold Hano, la consideró la mejor obra de David Goodis. El famoso editor de la Serie Negra, Marcel Duhamel, en 1954 escribía a la traductora Laurette Brunius: «Es el mejor Goodis. El suspense mantenido, y es más espiritual, el ritmo más rápido que los otros. Mire si no puede cambiar el final».  De hecho, la edición francesa tiene un final más corto del original (práctica habitual de la época).

Rateros, como sucedió con Senda tenebrosa, también tuvo su adaptación cinematográfica. Ésta se llevó a cabo gracias a la iniciativa de su director, Paul Wendkos que logró convencer al productor Lou Kellman de la viabilidad del proyecto. Esta vez el guion corrió a cargo del propio Goodis. Realmente la película no era viable, pero tuvo un golpe de fortuna.

Entre el casting, además de Dan Duryea y Martha Vickers (la misma de El sueño eterno), figuraba una desconocida Jayne Mansfield. Durante el tiempo de montaje, Jane Mansfield se hizo famosa y Columbia compró todos los derechos de la cinta. De hecho, en los carteles de la época está claro quién era el reclamo para que los espectadores fueran a ver The Burglar (Honor de ladrón, 1957).

Como curiosidad Truffaut relanzó el interés de Goodis con su adaptación cinematográfica de Down There que el título Shoot the pianist (Disparen al pianista, título con el que se reimprimiría en el futuro la obra), pero la novela que él realmente quería adaptar fue Los rateros. Si no pudo, fue porque el precio que pedía Columbia para cederle los derechos excedía con mucho el presupuesto con el que contaba el director francés.

Goodis moriría diez años después del estreno de la película en el Albert Einstein Medical Center, en Filadelfia.

 

 

Fuentes

Retour vers David Goodis de Philippe Garnier Ed. Table Ronde (2016)

Front criminel. Une histoire du polar américain de 1919 à nous jours de Benoît Tadié Ed. PUF (2018)  

Guida alla letteratura noir de Walter Catalano et col. Ed. Odoya (2018)

A Quemarropa (1 y 2) de Àlex Martín y Jordi Canal Ed. Alrevés (2019)

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