Eduardo Fernán-López nos presenta al inspector gallego, Martín Brétema, cuando comunica a su mujer que cambia el destino de Valladolid, donde vive con ella y su hijo, por Zamora. Su esposa sabe que la verdadera razón es la periodista Adriana Marcos, la mujer de la que se enamoró y con la que tiene una relación. Pasa el tiempo, Adriana es la directora del área local de La Opinión de Zamora y él es el encargado del grupo de homicidios en una ciudad tranquila. Sin embargo, la paz de la ciudad se romperá cuando aparezca muerta una joven. «El cuerpo (…) no parecía superar por muchos años la mayoría de edad y vestía con ropa deportiva, permanecía retorcido entre la vegetación y se encontraba totalmente desnudo de cintura para abajo».

En un día el mundo de Martín Brétema zozobra: su pareja recibe información exclusiva de las investigaciones del caso, profesionalmente no lo puede ocultar y lo publica en portada. A su vez, esto desencadena que, en comisaría, Brétema sea acusado de ser la fuente de la periodista. Es la excusa perfecta para que arribistas dentro de la comisaría quieran ocupar su puesto o vean en la repercusión pública del caso la oportunidad de catapultar su carrera política.

Un policía retirado pondrá al inspector gallego sobre la pista del modus operandi de unos crímenes idénticos sucedidos veinte años atrás en esa ciudad de paso «un trampolín para metas más altas. Ninguno de los policías que estuvieron metidos en ese caso se quedaron mucho más tiempo por aquí, lo mismo ocurrió con la gente del juzgado y el único que se retiró aquí tras jubilarse, además de mí, fue el forense. Pero falleció hace más de cinco años». Brétema deberá investigar en ese pasado con la espada de Damocles de su cese como responsable del caso. Cuando se produzca un segundo asesinato la presión será máxima. Para colmo, su esposa le reclama que firme los papeles del divorcio bajo amenaza de denunciarlo si no lo hace y con Adriana todo se complica…

Eduardo Fernández-López ha creado una novela policíaca de personajes en los que cada uno de ellos encaja a la perfección en la trama de una historia que avanza a un ritmo sostenido. No hay fuegos de artificio, ni giros gratuitos por el simple hecho de crear tensión. La tensión recae principalmente en los conflictos interiores de los personajes que se enfrentan a decisiones que tendrán consecuencias o un precio a pagar muy alto: la carrera profesional, el prestigio, la pareja, la cárcel…

También destaco que Eduardo Fernández-López convierte a Zamora en un personaje en medio de un calor sofocante. «Caminó lo más rápido que pudo, cruzando con amplias zancadas la principal arteria turística y comercial de la capital, hasta que finalmente consiguió desembocar en el amplio espacio verde que la gente de Zamora conocía como La Farola. Aquel esquinazo peatonal, enmarcado por dos de los edificios modernistas más impresionantes que se podían contemplar en la ciudad, destacando sobre su cabeza la cúpula oscura del edificio Pinilla y las magníficas galerías en chaflán del edificio Casa Andreu…» Conocemos un poco más de la historia de la ciudad en breves comentarios a un gallego en una urbe que aún no domina, perseguimos a sospechosos por sus calles y plazas, acudimos a encuentros en lugares apartados o disfrutamos de las tostas en un bar «con los productos más variados: morcilla con foie y crocanti, rabo de vacuno caramelizado, conejo escabechado con cebolleta y pepino, tortilla de patata con bacalao, huevo de codorniz y jamón, tostón asado, solomillo de ternera al punto con boletus…» La ciudad se manifiesta, revindica su legado y se opone a que se derribe un edificio histórico, La Harinera, para levantar un centro comercial.

Será muy difícil que pueda hacer una pausa en la lectura de La dentellada, aunque esté escrita con capítulos cortos, localizados con técnica de guion. Y no será muy difícil, sino imposible que olvide del final. Un final impactante, valiente y, considerando las modas actuales, de aplauso.

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