Este es el segundo «giallo» o novela negra de Leornado Sciascia, un clásico de la literatura moderna italiana. Al igual que en la vez anterior con El día de la lechuza, el autor altera las convenciones del género negro para realizar la denuncia de la connivencia de la mafia y la política, la corrupción y la pérdida de moral de una parte de la sociedad que no lucha por romper el «status quo».

En esta novela, Manno, el farmacéutico de una pequeña localidad, recibe un anónimo donde se le anuncia su «condena a muerte». El hombre bromea con los amigos y considera que se han confundido. Sin embargo, no las tiene todas consigo. Efectivamente «El veintitrés de agosto de 1964 fue el último día feliz que el farmaceútico Manno tuvo en esta tierra», con él morirá el «dottor Roscio» quien le acompañaba en una jornada de caza. Aquí dará comienzo la investigación, pero no de la mano de los carabinieri que aparecen fugazmente, sino de Laurana, un profesor de instituto, ocioso porque no ha comenzado el curso escolar. Laurana buscará quién fue el que envió ese anónimo y quién, o quiénes, serían los asesinos.

No les cuento más del argumento. Lo mejor es disfrutar de la prosa elegante de Sciascia que logra combinar con unos diálogos llanos, simples, sin apenas acotaciones, tan cercanos que te parece estar escuchándolos. Los personajes se definen por lo que dicen y lo que insinúan. El farmaceútico podía ser un hombre íntegro, que nunca había protagonizado un escándalo o había dado pie a que hablen mal de uno, pero cuando se muere, se busca una explicación, o justificación, del crimen.

Sí les transcribo una advertencia que hace Sciascia al lector, en la voz del narrador en tercera persona, cuando se van produciendo los primeros avances del profesor Laurana en su investigación: «Que un delito se ofrezca a los investigadores como un cuadro en el que los elementos materiales y, por decir de algún modo, estilísticos permitan, si sutilmente recogidos y analizados, una atribución segura, es un coralario de todas estas novelas policiales que buena parte de la humanidad se traga. En realidad, sin embargo, las cosas son muy diferentes y los grados de coeficiente de la impunidad y el error son altos no porque (o no solamente, o no siempre) la poca inteligencia de los investigadores, sino porque los elementos de un delito con los que se cuenta son normalmente insuficientes. Un delito, sea dicho, cometido u organizado por gente que tiene toda la buena voluntad de contribuir a mantener elevado el nivel de impunidad*»

Dicho de otro modo, no esperen una novela de misterio en el que en la última página se restablezca el orden, los buenos ganen y los malos pierdan. Para Sciascia, averiguar la verdad es complicado, por veces será imposible conocerla completamente. Y, lo que es peor, el que se sepa lo que ha ocurrido no significará que se haga justicia o que los culpables siempre paguen por sus crímenes. ¿No es como la vida misma?         

(*) Traducción del autor de la reseña.

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