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«Por estas calles malas tiene que caminar un hombre que no es malo, que no está ni comprometido, ni asustado. El detective de esa clase de relatos tiene que ser un hombre así. Él es el héroe, lo es todo. Debe ser un hombre completo y un hombre común y, a la vez, un hombre extraordinario. Debe ser, para usar una frase más bien manida, un hombre de honor -por instinto, por inevitable, sin pensarlo, y seguro sin decirlo. Debe ser el mejor hombre de este mundo, y un hombre lo bastante bueno para cualquier mundo. No me importa mucho su vida privada; no es ni un eunuco, ni un sátiro; pienso que podría seducir a una duquesa y estoy convencido de que no tocaría a una virgen. Si es un hombre de honor para una cosa, lo es para todas.

Es un hombre relativamente pobre, o para nada sería un detective. Es un hombre común, o no viviría entre gente común. Tiene una intuición de la personalidad, o no conocería su trabajo. No aceptará el dinero deshonesto de nadie ni la insolencia de nadie sin la debida y desapasionada venganza. Es un hombre solitario y su orgullo consiste en que le traten como a un hombre orgulloso o lamentarán haberle conocido. Habla como habla el hombre de su época, es decir, con rudo ingenio, con un vivaz sentido de lo grotesco, con repugnancia por los fingimientos y desprecio por la mezquindad.

La historia es la aventura de este hombre en busca de una verdad oculta, y no sería una aventura si no le ocurriera a un hombre apto para la aventura. Tiene un nivel de conciencia que te asombra, pero que le pertenece por derecho propio, porque pertenece al mundo en que vive. Si hubiera tantos hombres como él, creo que el mundo sería un lugar muy seguro en el que vivir, sin que fuera demasiado aburrido que mereciera la pena vivir en él»

(Fragmento traducido de «The simple art of murder» – Ed. Vintage Crime)

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