Tercera novela de Leonardo Padura con el protagonista Mario Conde. La novela se desarrolla en su mayor parte en medio de un calor sofocante «el calor es una plaga maligna que lo invade todo. El calor cae como un manto de seda roja, ajustable y compacto, envolviendo los cuerpos, los árboles, las cosas, para inyectarles el veneno oscuro de la desesperación y la muerte más lenta y segura. Es un castigo sin apelaciones ni atenuantes». En un momento, ese calor sumado al vacío interior que siente Mario Conde le lleva a pensar que «era el camino adelantado hacia el infierno»

Leonardo Padura acentúa la melancolía de Mario Conde en esta entrega. Recuerda sus partidos de beisbol en el barrio «ya no quedan muchos (…) mientras unos entraban y salían de la cárcel por delitos mayores y menores, otros se habían mudado para sitios tan disímiles como Alamat, Hialeah, Santiago de las Vegas, Union City, Cojimar o Estocolmo». Entre los pocos que quedan, está su amigo el Flaco Carlos a quien la posible visita de un antiguo amor, antes de que una bala le dejara en una silla de ruedas, le pone de los nervios.

Mario Conde había sido juzgado por el Tribunal Disciplinario por su encontronazo con el teniente Fabricio y había sido condenado «por un periodo de seis meses a llenar tarjetas y pasar teles en la Oficina de Información». El mayor Rangel lo rescata porque no dispone de ningún otro hombre para asignarle un caso. Así, Mario Conde con la ayuda del sargento Manuel Palacios investigará la muerte de un travesti en el Bosque de La Habana. El asesinado es Alexis Arayán Rodríguez. Tiene un «rostro de mujer, violáceo y abultado, remataba la figura. Al cuello, bien tensada, llevaba la banda de seda roja de la muerte». El muerto no luchó por su vida, no se defendió de su atacante. También extraña a los investigadores dos hechos: no se deshizo del cuerpo arrojándolo a un río cercano y el asesino le bajó los calzoncillos y le introdujo dos monedas en el ano.  Otro dato llama la atención a Mario Conde: el crimen fue cometido el seis de agosto, fiesta de la Transfiguración para los católicos. Demasiada casualidad para no tenerlo en cuenta.

El ambiente en la comisaría es muy tenso. Hay una investigación interna en la comisaría, depurando al personal «vienen dispuestos a pasar la cuchilla bajito sin contemplaciones con nadie». Interrogan a Manuel Palacios y éste se lo cuenta a Conde. «Mira, no sé qué es lo que les puede interesar de ti, porque lo saben todo y no saben nada, y creo que están tirándole piedras a todos los muñecos a ver a cuál le dan. No estoy floreando, Conde, déjeme hablar, compadre (…) Me preguntaron vida y milagros de ti, también de mí, para que te enteres, pero sabían ya todas las respuestas».   

Mario Conde y Manuel Palacios visitan la casa que figura como residencia de la víctima. Allí conocen a Alberto Marqués, dramaturgo y director de teatro represaliado (o como dicen «parametrado») por el régimen cubano por ser homosexual. No pudo volver a dirigir o presentar una obra de teatro y le dieron un trabajo en una biblioteca, clasificando libros y condenado al ostracismo. Mario Conde habrá de vencer sus prejuicios y adentrarse dentro de un mundo de la noche desconocido para él. «Aquel mundo era demasiado lejano y exótico para él y se sentía definitivamente perdido y con mil interrogantes a cuyas respuestas no tenía acceso». Poco a poco, irá conociendo a Alberto Marqués y él le irá introduciendo en ese mundo. Conde hallará en él también una joven, Poly, con la que olvidará a Tamara (Pasado perfecto). Curiosamente, Conde retomará su carrera de escritor y se apoyará en Alberto Marqués. Se intuyen cambios importantes que sucederán en la siguiente entrega.

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