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La primera novela del teniente de policía Mario Conde comienza con la llamada que éste recibe, en un estado de reseca calamitoso, un domingo. Le saca de la cama su jefe, el Viejo, quien le ordena presentarse en la Central: Rafael Morín ha desaparecido el día de Año Nuevo. Rafael Morín es el responsable de la Empresa de Importaciones y Exportaciones del Ministerio de Industrias cubano. También antiguo compañero de Mario Conde en los estudios de preuniversitario Rafael Morín y novio, después marido, de la compañera de la que el teniente estaba (y está) secretamente enamorado: Tamara.

Durante la investigación, apoyado por el sargento Manolo, se irán alternando los recuerdos de cuanto vivió en su época de estudiantes, junto a su amigo «El Flaco», con los testimonios de cada una de las personas que trabajaron o se encontraron con Rafael Morín en las fechas previas a su desaparición. En el trasfondo siempre estará La Habana con sus colas, sus bajos fondos, sus miserias, sus rons y sus gentes.Mario Conde se irá sincerando con su amigo «El Flaco», en silla de ruedas por haber recibido «un balazo en la espalda» en Angola y con Tamara. Es a ella a quien cuenta la dos razones por las que se hizo policía. Una la desconocía, el destino y la otra «porque no me gusta que los hijos de puta hagan cosas impunemente». Hacia la mitad de la novela, el teniente plantea a su compañero de investigación su gran duda sobre el Rafael Morín: «¿No te parece que es Papá Dios magnánimo, intachable, buena gente, haciendo el mundo y repartiendo favores y simpatías y viajes como si fuera el dueño de los truenos? ¿O te parece que es un hijo de puta redomado que lo calculaba todo y le encantaba tener poder?» La respuesta y el desenlace se sabrá a pocas páginas del final.

Mario Conde con su ética, amigo de sus amigos, su escepticismo, consciente de sus debilidades y prejuicios, juega lo mejor que puede y sabe las cartas que le han dado y donde se las han dado.

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