Segunda novela de Leonardo Padura con Mario Conde como protagonista. El teniente de policía continúa yendo a comer a casa de su amigo “el Flaco”, en silla de ruedas por una herida en la guerra de Angola. Al terminar una de esas comidas se encuentra con una mujer que tiene una rueda “ponchada” y la ayuda. “Necesitó media hora (…) aprendió que los tornillos se aprietan de izquierda a derecha y no al revés, que ella se llama Karina y tiene veintiocho años, es ingeniera y está separada…” Tomarán café, compartirán lecturas, gustos musicales y tocará un instrumento que terminará por “enloquecer al Conde”. Surgirá el amor y la pasión. Sin embargo, en esta novela tenemos un Mario Conde más melancólico e introspectivo que se arrepiente de errores cometidos, falsos culpables, víctimas a las que no pudo salvar… “cada recuerdo y cada esperanza -que un día también será un recuerdo- arrastra la mancha grabada por el horror cotidiano de la vida del policía”.

Mario Conde recibirá el encargo de investigar el asesinato de Lissette, “una profesora de preuniversitario, veinticuatro años, militante de la Juventud, soltera; la mataron, la asfixiaron con una toalla, pero antes le dieron golpes de todos los colores, le fracturaron una costilla y dos falanges de un dedo y la violaron al menos dos hombres. No se llevaron nada…” El hecho de que aparecieran las fibras de un cigarro de marihuana aumenta la importancia del caso y la necesidad de ir hasta el fondo del asunto. Mario Conde realizará las pesquisas en el mismo preuniversitario en el que estudiaron él y sus amigos. Esto dará pie a que comparta con el Flaco, el Conejo y Andrés más de un recuerdo y es que, en esos mismos servicios, los jóvenes siguen escondiéndose para fumar… Como marca el canon, la historia se irá complicando y tal y como su superior, el mayor “Viejo” le avisó “es algo gordo y creo que van a caer unas cuantas cabezas, porque la cosa va en serio”.

La prosa de Padura tiene momentos líricos, poéticos para plasmar en La Habana su desaliento, pesimismo y desesperanza. “Todo se ennegrece con el tiempo, como la ciudad por la que camino, entre soportales sucios, basureros petrificados, paredes descascaradas hasta el hueso, alcantarillas desbordadas como ríos nacidos en los mismísimos infiernos y balcones desvalidos, sostenidos por muletas” o en sus gentes “la muchacha bonita se convierte en una jinetera triste, el hombre airado en un posible asesino, el joven petulante en un drogadicto incurable, el viejo de la esquina en un ladrón acogido al retiro”. 

Aunque hay varias alusiones a personajes que aparecieron en su anterior novela “Pasado perfecto”, no es necesario leerla para apreciar, saborear esta obra de tintes clásicos. Padura entremezcla en la trama policíaca, la crítica social  y la denuncia de la doble moral de la sociedad cubana.

Como curiosidad, una de las novelas que Mario Conde piensa volver a leer para hacer tiempo antes de encontrarse con Karina “Fiebre de caballos” (“le parecía de lo mejor que había leído en los últimos tiempos”) fue la primera obra que publicó Leonardo Padura con treinta y tres años.   

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